Te haré reír, desinhibirte, perder el control, delirar
Te haré sentirte como un dios entre mortales, hablar lenguas extrañas, imaginar mundos mejores
Te llevaré a la cama, te arroparé en profundos sueños y al despertar
dolores de cabeza, amnesias repentinas, mundo real…
Y la vida sigue, y tú te atascas
mareos, vómitos, nauseas
Pero no es el alcohol, ni la resaca
es el miedo a cagarla
El Carmen, un@ amig@, una cerveza (una jarra para ser exactos, o medio litro de mi enemiga la Gordon 10) y mi baja tolerancia al alcohol, recién descubierta este verano, me hicieron ver donde están los límites de mi pequeño universo racional. Encima, para mi disgusto, ni euforia, ni risas, ni perdida de la vergüenza, ni nada, mareo y potada en toda regla, y clarividencia, todo se ve más claro tras la resaca.
Unos beben para olvidar, otros por aburrimiento y la mayoría simplemente por diversión, pero lo cierto es que todos queremos abandonar nuestras comeduras de tarro por un rato. Buscamos cambiar nuestra realidad y cuando no podemos intentamos huir de ella, pero nos persigue, nos roba el aliento y nos obliga a enfrentarnos al dolor, a la angustia, a nuestros miedos,…¿por qué demorar el momento, el inevitable fluir de las cosas?, ¿por qué no enfrentarse al sufrimiento, caer y romperse en mil pedazos para luego recomponerse y aprender de ello?
La razón es sencilla, uno no puede tirarse a la piscina cuando tiene miedo a no poder levantarse si está vacía.